Y no ansiar, no preocuparme por mañana, por que el tiempo a tu lado es presente y el ayer que me trajo a ti, es ya hoy, y el mañana hoy lo construimos mano con mano, tu y yo.
En la tranquilidad y con paz, darse,
Y no ansiar, no preocuparme por mañana, por que el tiempo a tu lado es presente y el ayer que me trajo a ti, es ya hoy, y el mañana hoy lo construimos mano con mano, tu y yo.
En la tranquilidad y con paz, darse,
No te quiero, eso cabe en un espacio y nosotros somos más que eso.
No te quiero, palabras, que mucho lucen, pero que cortas quedan.
No te quiero, porque la libertad esta primero...
y libres, tú y yo, así nos veo.
El frío se colaba por la ventana, una mañana como otra más. Despertaba de nuevo, y lloraba. Un llanto seco, sin lágrimas, sentía dolor en su pecho. No era dolor que pudiera provocar cualquier arma mundana, era dolor del alma. Casi podía sentir como se desgarraba por dentro.
Casi podía ver los jirones de su espíritu estirándose al punto de casi reventar, como los tendones de un animal en la carretera, abriéndose a cada paso de un automóvil que lo pasa por las llantas una vez más.
Miraba escudriñando el horizonte por oriente, ansiando la salida del sol. Esperando que esta vez si fuera un nuevo amanecer, esperando que el calor recompusiera su alma amoratada y desgajada.
Y ahí estaba, nuevamente el sol se asomaba por detrás del perfil de la ciudad, anunciado por el ronroneo citadino y la oscura bruma de un progreso que no atinaba a enderezar el rumbo. Se volteó sonriendo, mirando al sol, pero el calor no llegaba, la luz no le quemaba, no era el dia.
Bajó la mirada y tomó su ajuar cotidiano, se cubrió con su saco, y salió a la calle, otra vez, con la sonrisa vacía, la mirada como cualquier otro dia, su ilusión empacada en algún bolsillo de su pantalón, queriendo encontrar su fin en ese nuevo dia… otra vez.
Y otra vez, sin mirar atrás, sin darse cuenta que su alma no iba con él. Otro dia a solas, aun sin el mismo. Detrás de él, en su casa, su alma, recobrándose del cerrón de puerta en plena cara, esperando su regreso para que, quizás al dia siguiente, ahora si, él quisiera que su espíritu realmente le acompañara a vivir.
Rodando cuesta abajo, iban abriéndose paso entre los árboles y los arbustos que crecían casi casi sobre el mismo camino. Solo se escuchaba el rozar de las llantas con la tierra, las hojas asi como el bufido de alguno de los tres, al momento de tomar aire o cuando habia un rebote no programado cuando su bici pisaba una piedra o protuberancia del camino o pegaba con alguna de las ramas de los árboles que les escoltaban por la bajada...
El espinazo del diablo, una ruta extrema, rápida, no muy peligrosa siempre y cuando no perdieras la vertical en el momento en que tuvieran una caída de 20 metros a ambos lados de la vereda. Pero generalmente uno pasa lo suficientemente rápido para no darse cuenta de eso.
Tomaron otra ruta, podría decirse la de los surcos. “Topes” que transversalmente cruzaban la pendiente que tomaron, lentamente, por tratarse de un camino nuevo.
Mas como suele suceder, yendo lento es cuando hay mas propensión hay a caer, era una maxima empirica pero comprobable… por lo menos en ese dia le sucedio al Ro, Rogelio, Roger, Roy, Roge, como fuera, igual cayó….
- mmm, ese surco es como en el que se cayó Os…..caaaar… uffffff!
Llanta delantera se atorada, empuje horizontal permutado por apalancamiento de la bicicleta, catapulta y él proyectado por encima del manubrio hasta donde la tierra, sonriente, como quien ve su plan cumplido, le esperaba con los brazos abiertos, para colmarle de polvo, arañazos, golpes y una expulsión de aire a presión, toda una fiesta de re-encuentro!!!!
Es soltar, sentir como el viento surca el espacio frente a mi cara.
Es mirar, ese invisible aire que un instante después será consumido.
Es soñar un instante con el instante que ya no es.
Escaparme con mi viento y regodearme con las nubes.
Es rodar cuesta abajo sonriéndole a las ramas que me arañan y a la tierra que palmo a palmo me invita a visitarla.
Es un sorbo de mate que empaqueta días y noches en un suspiro de mi alma,
Es un trago de tequila, que me recuerda esos ojos balanceándose a ritmo de banda,
Es una sonrisa que me recuerda lo grandioso que uno mismo puede ser, visto desde los ojos de un niño.
Eso y más... entre respiro y respiro
Largo el camino, el sol pesando toneladas sobre su espalda, así lo sentía y lo creía el. Después de tres meses de ardua campaña, el asedio, para el, parecía haber quedado atrás.
Finalmente aquel andar a lomo de caballo, las carreras en su propio pie, las cargas y las retiradas se verían suspendidas, finalizadas.
Al pie de la imponente muralla que resguardaba el castillo de Avanthe, había iniciado su ultimo dia en el asedio, por lo menos para el. Ahora se encontraba recostado a la sombra del viejo sicomoro que tanto le había gustado cuando el y los de su tropa habían llegado al valle que se extendía al poniente de la amurallada ciudad.
Miraba a través de su copa. Cómo tratando de indagar algo del más allá, lo que fuera… sentía el frío que se escapaba del cristal al contacto de sus cálidos dedos.
Veía el horizonte rosado sobre la rojiza superficie de su chileno acompañante al anochecer en aquella barra en la penumbra. Todavía con los vapores de ese líquido en su paladar, atisbaba a través de su copa.
Extraía de su memoria las lecciones que aquel viejo amigo había compartido, con algo de jactancia, con ese abrazo silencioso que sólo un padre sabe dar a su hijo; “…ve el rojo, sus diferentes matices en cada rincón de la copa, observa la glamorosa y pausada caricia de las gotas regresando a su seno… percibe la madera y el polvo que se esconden en su aroma…” .
Se esforzaba en desentrañar el secreto que el viñador había escondido en el mosto y que había cifrado en aquella pequeña copa, que poco a poco iba quedando vacía.
Levantaba la copa, a veces planeado, a veces de sorpresa, tratando de tomar desprevenida su esencia.
Fue en una de esas ocasiones –como suele pasar-, cuando la levantó sin pensar, con el reflejo de hacerlo sin más, sin buscar el cuerpo, el tono, el aroma… cuando descubrió el secreto que había estado ahí desde un principio, dándole un sabor, definiendo su esencia… descubrió la razón de ser de aquella copa en aquel lugar y en ese preciso momento… sonrió a la copa y ésta le devolvió la sonrisa, la miró y … se miró.
Se miró a sí mismo en la copa, y cuando aún no salía del asombro de su descubrimiento, de la sensación de triunfo por haberse visto y la tristeza por haber tardado tanto… darse cuenta de que todo lo que él sabía del vino y del arte de beber, no era más que humo que ocultaba el valor de verse a sí mismo.
Fue entonces que miró a su alrededor, siguiendo el sonido de esa sonrisa.
Miró sin el afán de conquistar, algo tan trillado le sonaba que estaría de más. Miró sus ojos, sabiendo que quizás no los volvería a ver. Esos oscuros ojos anónimos que hablaban aún sin hablar, que daban brillo a un rostro que quizás olvidaría al dormir. Simplemente los miraba tratando de extraer lo más posible de aquella esquiva mirada.
Volvió a su copa y miró el rojo de aquellas lejanas uvas que ahora estaban ante él. Tomó la copa por su talle y tomó su resto… o mejor dicho, lo besó, un beso puro… sin rostro, sin condiciones, sin deberes ni pretensiones… se levantó y se fue caminando calle abajo, como deslizándose sobre las hojas que el invierno había dejado caer en la calle. Se fue perdiendo en las sombras lentamente, sin dejar rastro, poco a poco, de la misma manera que los últimos rastros de alcohol se evaporaban de su copa, en aquella barra en la penumbra.