Sunday, March 04, 2007

Un recuerdo...

He estado buscando recuerdos, tratando de encontrar pasajes de aquellos días en que la vida no iba más allá de mañana. Y que, generalmente, no tenía muchos ayeres que cargar.

Me acuerdo por ejemplo, de aquellos domingos por la tarde. Empezaban realmente por la tarde? Ya no me queda claro. Solo se que gastaba esas tardes en compañía de mis primos. En una calle, la Montecasino. Quien dijera que tiempo después asociaría esa calle a una de las tantas batallas de una gran guerra que se tuvo hace algún tiempo...

Esa guerra, escenario de una de las más grandes mentiras que existieron en mi mundo… campo para una fértil imaginación como la mía. Viví con la convicción de contar con un abuelo soldado, que había sido herido – aunque nunca ví su herida, he de ser franco – Contaban que en un lejano paraje selvático, una granada le había impulsado cuesta abajo hacia el campamento japonés. Fueron necesarios varios años y algo de lectura para terminar con esa falacia infantil, cruelmente alimentada por sus hijos, hoy mis tíos y mi propio padre. Que pueril puede ser la mente de un adulto y, que irresponsables sus palabras para el ego y la autoestima de un niño de 8 años.

En fin, de eso no trataba mi recuerdo. Mi recuerdo es mas real, o al menos eso creo. Tardes completas vividas en aquella calle, que hace veinte y tantos años era inmensa, era una frontera infranqueable entre la seguridad de nuestros juegos de "a las escondidas" y “ a la trais”, y la incertidumbre de las demás cuadras del barrio. Siempre iguales, siempre juegos y aventuras en aquellas tres aceras, mientras los “adultos” quien sabe que tanto platicaban, sentados todos en donde mismo, empezando por mi inamovible abuelo en su reclinable que nunca se reclinaba. Viendo esa vieja televisión de bulbos, a blanco y negro y viendo Siempre en domingo… todos los domingos… que va!

Nosotros los pillos, nietos de aquella banda, nos la pasábamos bien, por lo menos ese es el sabor que me queda en mi memoria. Corríamos, inventábamos. Siempre disfrutando el presente sin pensar mas allá del momento en que cada quien se iría con sus padres de regreso al mundo. No sin antes pasar a la cocina de la abuela y comernos esos deliciosos tacos de frijoles con queso. Eso que nunca podré volver a encontrar, por mas que busque. O aquellos tamales con el atole que quien sabe donde compraba o ella hacia, ya no me acuerdo. Pero los nietos ahí estábamos, en la chorcha con los chochos… escondiéndonos en una mansión del tamaño de una caja de zapatos. Ni siquiera Newton podría comprobar con todas sus leyes de física como aquella pequeña casa pudo guardar tantos recuerdos, tanta gente, tantos sueños, tanta infancia.