Monday, September 25, 2006

La copa...

Miraba a través de su copa. Cómo tratando de indagar algo del más allá, lo que fuera… sentía el frío que se escapaba del cristal al contacto de sus cálidos dedos.

Veía el horizonte rosado sobre la rojiza superficie de su chileno acompañante al anochecer en aquella barra en la penumbra. Todavía con los vapores de ese líquido en su paladar, atisbaba a través de su copa.

Extraía de su memoria las lecciones que aquel viejo amigo había compartido, con algo de jactancia, con ese abrazo silencioso que sólo un padre sabe dar a su hijo; “…ve el rojo, sus diferentes matices en cada rincón de la copa, observa la glamorosa y pausada caricia de las gotas regresando a su seno… percibe la madera y el polvo que se esconden en su aroma…” .

Se esforzaba en desentrañar el secreto que el viñador había escondido en el mosto y que había cifrado en aquella pequeña copa, que poco a poco iba quedando vacía.

Levantaba la copa, a veces planeado, a veces de sorpresa, tratando de tomar desprevenida su esencia.

Fue en una de esas ocasiones –como suele pasar-, cuando la levantó sin pensar, con el reflejo de hacerlo sin más, sin buscar el cuerpo, el tono, el aroma… cuando descubrió el secreto que había estado ahí desde un principio, dándole un sabor, definiendo su esencia… descubrió la razón de ser de aquella copa en aquel lugar y en ese preciso momento… sonrió a la copa y ésta le devolvió la sonrisa, la miró y … se miró.

Se miró a sí mismo en la copa, y cuando aún no salía del asombro de su descubrimiento, de la sensación de triunfo por haberse visto y la tristeza por haber tardado tanto… darse cuenta de que todo lo que él sabía del vino y del arte de beber, no era más que humo que ocultaba el valor de verse a sí mismo.

Fue entonces que miró a su alrededor, siguiendo el sonido de esa sonrisa.

Miró sin el afán de conquistar, algo tan trillado le sonaba que estaría de más. Miró sus ojos, sabiendo que quizás no los volvería a ver. Esos oscuros ojos anónimos que hablaban aún sin hablar, que daban brillo a un rostro que quizás olvidaría al dormir. Simplemente los miraba tratando de extraer lo más posible de aquella esquiva mirada.

Volvió a su copa y miró el rojo de aquellas lejanas uvas que ahora estaban ante él. Tomó la copa por su talle y tomó su resto… o mejor dicho, lo besó, un beso puro… sin rostro, sin condiciones, sin deberes ni pretensiones… se levantó y se fue caminando calle abajo, como deslizándose sobre las hojas que el invierno había dejado caer en la calle. Se fue perdiendo en las sombras lentamente, sin dejar rastro, poco a poco, de la misma manera que los últimos rastros de alcohol se evaporaban de su copa, en aquella barra en la penumbra.

1 comment:

ac said...

Vaya, hablamos de encuentros ligeros y fortuitos.

Es bien sabido que cuando uno busca y busca, no encuentra. Que lo buscado llega sólamente cuando hemos dejado de insistir. Así que, tal como dijiste hace unos días: a la vida no hay que tomársela en serio. Solo tomarsela ;)