Thursday, September 21, 2006

Desatinos... diria una amiga. Crisol de un alma...diria yo.

En la intriga de un dia que termina, ahí estaba el ahora. Como en aquellos otros días en que su alma deambulaba libre, fuera de si. Desapegada de todo sabor y color. Mas ahora en su alma se intuía una extraña sensación de fascinación. De ensoñación.

Los días pasaban casi sin hacerse notar. Los eventos se sucedían uno tras otro, sin alarde y si con algo de angustia, o mas que angustia, incertidumbre.

Ni el mismo atinaba una conclusión. Había varios cabos sueltos y su vida parecía enredarse ante una marea de situaciones que parecían no querer detenerse para permitirle pensar en un “mejor camino” o “una acertada decisión”.

Pero ante la incertidumbre de la vida el mejor remedio es la misma incertidumbre. La “no decisión” dirían los filósofos. Negativo y negativo hacen positivo, dirían los físicos, o menos con menos hacen un mas, argumentarían los matemáticos.

Siempre regresaba a la misma imagen del camino. Ya no pensaba en el caminante. Esa figura había existido en sus años mozos. El camino, la vereda eterna que no exigía ni un origen ni un destino. Ahora la existencia era el “ser”. El vivir a cada paso. Sin soltar, sin dejar. Comprimir en un respiro una vida entera. Como el fumador que se entrega en cada succión de tabaco para simplemente consumir el cigarro.

Cuando pensaba en su propia vida, en sus deberes y quehaceres, se perdía en la invención de los finales y los trayectos, simplemente para regresar al mismo punto en donde su propio pensamiento se había iniciado. Pero hoy sabía que el pensamiento no es tal, sino esta cubierto por una capa de sentimiento. Hombre no es aquel que llega a construir el mejor argumento ante un gran jurado si es que antes no lo ha sentido realmente en si mismo.

Ahora la vida no era una sucesión de eventos que aquilatar. La vida es ese algo que a cada suspiro se va yendo. Sin ser tragedia, sin ser algo irremediable. Simplemente un hecho que es la razón misma de dar un paso después del otro. La vida es un cheque que él va cobrando centavo a centavo y cuyos fondos son finitos. No será juzgado por acabarse o no ese fondo, nadie ha de juzgar, sino el mismo, al final.

Y hoy en esa noche, nuevamente a solas consigo mismo, se daba cuenta de que no era preciso estar junto a alguien para ser quien era. La misma naturaleza le impulsaba a estar cerca pero a la vez ser el mismo. Como los planetas en todo rincón del universo. Siempre se estarán atrayendo uno al otro, pero con la consigna de no acercarse del todo porque sino dejarían de ser ellos mismos y con todo y un espectáculo de luz, desertarían a ser lo que son.

La misión, ahora lo veía, era ser atracción y repulsión. Y en esa ecuación, ser un catalizador, un productor de movimiento que a todo aquel que se acercara, le hiciera girar. Le hiciera dar un giro retrógrado o un impulso hacia su propio infinito. Eso no dependía enteramente de él.

Aun así su alma, como lama a la orilla del río, buscaba incansablemente esa otra orilla del río. Para poder sentir el agua toda. Para poder reír junto con las rocas, junto con el agua que en ese momento es río y después ya no. Para gozar en ese fugaz instante de la eternidad, de la belleza de compartir un segundo de vida, una gota de la infinidad.

Porque se sabia único he irrepetible, y sabia que única e irrepetible era esa otra alma en la otra orilla. Y que en ese infinito deambular entre un parpadeo y otro, la vida se vertía en un orgasmo de placer. En un gran destello de gozo perpetuado a lo largo de un segundo que no era mas que una faz de la inmensidad.

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