Tuesday, July 21, 2009

Una tarde de merlot

Recuerdo esa tarde hace algunos años. Todavía fumaba, bueno, si es que nuestros honorables fumadores aceptan que fumar es tomarse 2 o 3 cigarros a la semana… aunque eran sin filtro, lo recuerdo bien. Estaba sentado a las afueras de mi casa, en una calle tranquila, de esos tesoros ocultos que todavía existen en mi ciudad. Y en mi mano (en la que no sostenía el cigarro), una copa de vino tinto. Era un sencillo merlot Chileno. Apenas estaba dando mis primeros pasos en la apetencia de esos delicados líquidos venidos de muy lejos. Si, era un Merlot, me quedé con la enseñanza de que en Chile se dan muy bien los Merlot, así como en Argentina una de las mejores uvas es la Malbec.

Era un tenue sabor a mora, y le seguía el perdurable sabor de la ceniza… quizás acentuado por esa pizca de tabaco que me deglutía en forma de gas y pegaba directo a mis pulmones. Mas en ese momento no me preocupaba por eso. El tabaco –sin filtro- y ese tinto que bailaba en mi boca y acariciaba mi esófago hasta perderse un poco más allá, me llevaban por encima de esos árboles que cubrían la fachada de mi casa y, al edificio del que formaba parte. Subía lentamente al son del humo que iba arrebatando de mis entrañas y me dejaba llevar por el viento de verano, al igual que las nubes de lluvia danzaban plácidamente sobre la ciudad y que no tardarían en desbordarse para precipitar una tormenta más sobre los nunca bien preparados conciudadanos míos.

Pero en el interludio a la vespertina lluvia de julio, yo me transportaba más allá de las nubes, mas allá de ese valle del Atemajac, viajando en uno de esos rayos del sol que se colaban entre las nubes creando mi agujero de gusano particular, para llegar a esos valles del sur, los que nunca he pisado y que sin embargo he saboreado. He sido testigo de ese desflorar de la chicuela a la sombra de una vid, he sentido el raspar del polvo helado que baja desde los andes y se cuela hasta el pacifico, he sido testigo de la cosecha de la uva, allá entre marzo y abril.

De repente, mi agujero de gusano me arrastra de regreso a mi ciudad, cuando las primeras gotas de lluvia caen entre las hojas de los arboles, y miro a lo lejos, calle abajo como la cortina de agua se acerca y pasan corriendo un par de enamorados sorprendidos al salir del auto.

Apuro mi cigarro, aspiro su amargo sabor y lo atenúo con un sorbo de mi copa… Sale el humo y tomo el último trago de mi Merlot, de ese pedacito de valle andino que por azares del destino, conoció mi ciudad y una tarde como otras me llevó a volar.

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